Para entender el posible
dilema ético que vengo exponiendo a lo largo de mis exposiciones en este blog,
he buscado información acerca de la realidad que se está viviendo en muchos de
los Centros de protección de menores con
trastornos de conducta y en situación de dificultad social. Esta entrada
está dedicada a entender la realidad emergente que muchos menores de nuestro
país están viviendo y no somos conscientes de su situación.
En un informe monográfico
redactado por “El Defensor del Pueblo” nos informa acerca de la realidad de
estos centros, donde se pretende mostrar las condiciones de aquellos jóvenes
que están ingresados en centros de acogimiento residencial por tener graves
problemas de inadaptación familiar y social, vinculados muchas veces a
trastornos de conducta o incluso a patologías psiquiátricas. Estas situaciones
de inadaptación se asocian con frecuencia a los denominados trastornos de conducta, y se
caracterizan por un patrón de comportamiento disruptivos que vulneran las
normas usuales de la convivencia así como los derechos de otras personas.
Manifestaciones típicas de esos comportamientos suelen ser:
-
La
indisciplina y el fracaso escolar
-
El
acoso o maltrato entre compañeros por abuso de poder o “bullyng”
-
La
escasa o nula tolerancia a la frustración
-
Los
desmanes asociados al “botellón” y/o el consumo de estupefacientes a edades
tempranas
-
La
proliferación de bandas juveniles
-
El
mantenimiento de conductas singularmente exacerbadas y agresivas dentro de la
familia.
Este informe ha sido
redactado tras las diversas quejas no solo de los padres, que piden el logro de
una adecuada rehabilitación, sino también por parte de los educadores y Equipo
Técnico, que trabajan o trabajaron en estos centros denunciando las irregularidades,
e incluso vulneraciones de derechos,
que presuntamente se estaban cometiendo en algunos de esos establecimientos,
tales como prohibir a los menores la asistencia a un centro educativo,
administrarles medicación contra su voluntad y sin la debida prescripción
médica, o imponerles como castigo medidas de contención o de aislamiento.
En toda España existe un
total de 58 centros, de los cuales la mayor parte de los recursos para la
atención de estos menores están gestionados por entidades privadas que
mantienen conciertos con las administraciones públicas competentes. En el
momento de la elaboración del presente informe, 41 entidades privadas
gestionaban 55 de los 58 centros existentes. Sólo en 3 casos la gestión se
lleva a cabo de forma directa por la Administración pública. De tal modo que
existe una diversidad de programas de
intervención que se desarrollan en estos recursos, haciendo que los
programas no respondan a una planificación previa por parte de la
Administración basada en las necesidades de los menores, sino que se deriva en
función de las plazas vacantes y no según las indicaciones clínicas o
diagnósticas. A lo que respecta, el equipo técnico de muchos de los centros
visitados mostraba su preocupación tanto por el incremento de menores que
precisan una intervención más especializada, como por la escasez de recursos
existentes, señalando que hay un gran número de menores que circulan de centro
en centro y no acaban de encontrar una respuesta acertada a sus necesidades.
Algunas de las medidas
que se utilizan para impedir o detener una acción violenta de los menores que
pudiera resultar peligrosa para ellos mismos o para otras personas, cuando no
estén dispuestos a cesar en su actuación, algunos centros aplican medidas de
contención a los adolescentes, que pueden consistir en la contención física, la
contención mecánica y el aislamiento o separación del grupo.
La contención física supone la aplicación de medidas de control físico
ante las acciones violentas de los menores. En la mayoría de los centros se
realizan contenciones físicas, y en el 75%, se les suministra tratamiento farmacológico. E incluso, a veces, recurren
en ocasiones a la contención mecánica,
consistente en amarrar al menor a la cama con mecanismos especiales, para
evitar que se pueda mover. A lo que algunos directores de los centros
manifestaron que las contenciones se realizaban mediante la inmovilización
física del menor mediante un “abrazo” para pacificarle. Sin embargo, algunos
menores señalaron que éstas se realizan manteniendo al niño/a contra el suelo y
bocabajo, y con un exceso tal de agresividad que, en ocasiones, provoca
lesiones físicas. Aunque las contenciones físicas han de limitarse a momentos
puntuales de agitación grave y en ningún caso deberían usarse como sanción, en
muchos centros, los menores se quejaban ante la
cotidianeidad con el que se realizan. Y a lo que se suma, que en algunos
casos, esas contenciones son practicadas por educadores que carecen de
formación para realizarlas.
Más de la mitad de los
centros disponen de celdas de
aislamiento activas, las cuales son verdaderamente atroces. Estas son
nombradas como “sala de agitación”, “sala de reflexión”, “sala de tiempo
fuera”, “espacios libres de estímulos”, “salas de baja estimulación”, etc.; con
portones blindados de hierro y paredes forradas con caucho o goma de color
negro, sin ventilación ni comunicación alguna al exterior, en las que los
menores pueden permanecer recluidos por tiempo indeterminado, y cuyo uso es
defendido por algún especialista con fines
clínicos o de seguridad. Así lo denominaban algunos mentores tras
intentar justificar esta práctica: “se
trata de que el niño toque fondo, de anular del todo su resistencia”.
Un instante de
permanencia en el interior de esas terribles “salas” permite confirmar que su
utilización nada tiene que ver con una actuación terapéutica, y que atentan no
sólo contra la salud psíquica de los menores sino también contra su dignidad.
Tan honda puede llegar a ser su soledad, que los niños, antes de entrar en esas
celdas, reclaman a veces una medicación que les ayude a soportar la angustia
del emparedamiento.
Además, aunque todos los
centros aseguraron que la medicación
sólo se dispensa con el consentimiento del menor, solo uno centro matizo “con excepciones”. Sin embargo, menores
de distintos centros se quejaban de: estar sobremedicados, que cuando se niegan
a tomar fármacos o tienen alguna “crisis”, se les inyecta la medicación; o que
se les obligase a tomar la medicación aún cuando se nieguen a ello. Algunos
educadores manifestaron que normalmente los menores llegan al centro muy
medicados –“sedados”- lo que, además de ser perjudicial para ellos, dificulta
sumamente el trabajo con los niños.
La mayoría de estos
centros aplican sistemas de intervención inspirados en el modelo conductista, favoreciendo
que los profesionales en vez de tener una labor educativa-terapéutica pasen a
ser meros controladores del cumplimiento de una serie de normas y reglamentos
internos -más o menos rígidos, según cada centro- y del suministro de
pastillas.
Por ello debemos
preguntarnos, partiendo de un axioma cierto como el de que toda conducta
responde a una motivación previa, ¿son violentos los adolescentes y por eso les
aplican métodos agresivos, o bien, porque les aplican reglamentos rigurosos y
agresivos, que ninguna persona normal soportaría, los adolescentes pierden los
estribos y el respeto al tratamiento? Una de las palabras de un niño
entrevistado en uno de los centros fue: “Cuanto
más violentamente me tratan, más violento me vuelvo” y “Cuanto mejor me tratan
y más querido me siento, más hago por portarme bien”.
Cuando la violencia es
respondida con mayor violencia, hace que los menores sean más rebeldes, y si
finalmente esta es abatida por la fuerza se estará creando un círculo vicioso
de violencia, que hará imposible el cumplimiento de la finalidad educativa. La
necesidad de someter a los menores, aunque sea utilizando la fuerza, lleva a
cuestionarme que tiene de ético este tipo de actuaciones, como es por ejemplo,
la contención, o en el caso del aislamiento y la administración de fármacos por
la fuerza. Si realmente lo que se quiere es
el beneficio de los menores, porque debemos reducir su dignidad o
autonomía casi como si fuesen criminales, solo por el hecho de que muchos de
ellos vienen de ambientes familiares hostiles y solo conocen la parte más amarga
de la vida.
Por ello, como
trabajadores/as sociales debemos cuestionarnos si realmente este tipo de
prácticas son de índole ético y si alguna vez llegamos a trabajar en una
organización donde contemplemos este panorama preguntarnos ¿Qué debemos hacer?
Pues muchas veces preferimos negar la realidad que tenemos delante o incluso
llegar a ser cómplices sin saberlo o simplemente abandonar aquello que nos
provoca malestar, por el mero hecho de no querer asumir la responsabilidad de
cambiar tales circunstancias ya sea por miedo o por pasividad. Por eso, creo,
que si alguna vez se me plantea un dilema ético entre lo que son mis valores
personales y la actuación profesional exigida por las instituciones u
organismos, estaré experimentando uno de los dilemas éticos más difíciles de
resolver.
Andrea García García, 3ºA1
Os adjunto la dirección web del informe monográfico de donde he sacado gran parte de esta información para que si a alguno/a le interesa le hecho un vistazo.
ResponderEliminarhttp://www.defensordelpueblo.es/es/Documentacion/Publicaciones/monografico/Documentacion/centros_menores_problemas_conducta.pdf
Son casi mas de 300 paginas pero si a alguien siente curiosidad por este colectivo como futura intervención creo que es conveniente leerlo.
Andrea García García